"La sátira de la muerte", por Ignacio Conde Mendoza.

La cera se consumía ante el poderoso abrazo del fuego que iluminaba la tenebrosa taberna. La pluma, tras recorrer con alegre paso el sendero del papel, escapó, agotada, del abrazo de mi mano y se tumbó en la mesa salpicada de licor. Alguien pasó y echó una ojeada a la recién nacida poesía, pero no le dí ninguna importancia. La tarde avanzó hasta que el sol se escondió en su indivisible hogar, y un hombre con una daga entró al lugar, aprovechando la ausencia del tabernero. El individuo avanzó hasta colocarse a mis espaldas. Conseguí verle la cara, y me dí cuenta de que no debía haber compuesto tal soneto, porque la hiriente sátira era la razón por la que su arma apretaba mi cuello. Pero era tarde para reaccionar. El poema, ahora carmesí, se hacía cenizas después de aquel inesperado encuentro en el bar.

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