"El encuentro", por Mª Paula Rueda Manjarrés.

¡Otra vez tú, dulce imagen, guardián de mis sueños! - dije en voz alta mientras me levantaba de la cama.
Esa mañana tenía la sensación de que algo muy bueno me iba a pasar. Era día de carnaval y la ciudad, a pesar del frío, se vestía de colores. Salí a la calle y entré al primer bar que encontré abierto y ahí estaba, ¡sí! Era él, su piel blanca y tersa, el antifaz que llevaba puesto no podía ocultar la belleza de sus ojos ni la perfección de su sonrisa; hasta el cielo se sonrojaba con su presencia, las golondrinas lo seguían por doquier y los botones de las rosas se abrían a su paso.
Lo ví y él me vió, nuestras miradas se cruzaron y nuestros cuerpos caminaban lentamente, como inmersos en el espacio, esperando ansiosos el momento.
Mi corazón latía con tanta fuerza que de él emanaba una llama abrasadora que me quemaba el pecho.
- Hola, le dije con timidez.
- ¿Qué tal?, me respondió y tomó con su mano derecha la mano de la chica que estaba a su lado.
¡No puede ser!, pensé. Mi cuerpo estaba helado y una lágrima fría rodó con dificultad por mi mejilla inundándome con su tristeza y al llegar a la barbilla, cayó con un ligero movimiento sobre la tela de mi disfraz, haciendo onda su herida.
Mi alma parecía encontrar sosiego - Será su hermana, pensaba para consolarme, pero esto es la realidad. - Ella es Verónica, mi novia, me dijo con la voz entrecortada. Una puñalada directo al corazón...
Salí del bar sin musitar palabra, el nudo que tenía en la garganta no me dejaba ni respirar.

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